por José Jesús Villa Pelayo
El 11 de septiembre el mundo cambió para siempre, la humanidad entró en una profunda y severa crisis cuyas consecuencias y rasgos distintivos apenas comenzamos a entender, a visualizar. Un evento cataclísmico conmovió, de manera definitiva, los cimientos del orden mundial que había nacido con la caída del muro de Berlín. El siglo más sanguinario y cruel (el siglo XX) fue el proemio de estos horrores futuros, de los Tiempos Transmodernos que, repentinamente, advinieron sobre la Tierra el 11 de septiembre.
El 11 de septiembre el mundo cambió para siempre, la humanidad entró en una profunda y severa crisis cuyas consecuencias y rasgos distintivos apenas comenzamos a entender, a visualizar. Un evento cataclísmico conmovió, de manera definitiva, los cimientos del orden mundial que había nacido con la caída del muro de Berlín. El siglo más sanguinario y cruel (el siglo XX) fue el proemio de estos horrores futuros, de los Tiempos Transmodernos que, repentinamente, advinieron sobre la Tierra el 11 de septiembre.
Ese fatídico día no fue más que el preámbulo, la metáfora y el símbolo del futuro, ese día, la humanidad observó cómo las torres gemelas del World Trade Center se desplomaron sobre sí mismas y sobre Nueva York como nada se había desplomado antes sobre la Tierra, era el anuncio de los días por venir. La prefiguración de las metástasis, degeneraciones y horrores del siglo XXI, pero también una especie o suerte de epítome de los horrores del siglo XX cuyo máximo y perfecto engendro es el 11 de septiembre.
El 11 de septiembre, para decirlo con palabras de Dante en la Comedia, abrió las puertas del infierno. Recordad la inscripción en el dintel de la puerta: “Por mí se va hasta la ciudad doliente,/ por mí se va al eterno sufrimiento,/ por mí se va a la gente condenada…”, el texto no es más que la prefiguración y anuncia utópico o diatópico del futuro humano.
De las cenizas del 11 de septiembre está emergiendo una cultura nueva: la Transmodernidad.
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